Está comprobado que a medida que el ingreso de las personas mejora, también lo hace la satisfacción en la vida. Esto se ha verificado en países desarrollados y subdesarrollados. Incluso hay personas que se han dedicado a estudiar hasta qué punto el dinero influye en el ánimo de la gente, como el economista Richard Easterlin.
Con él nació la paradoja de Easterlin, concepto clave en la economía de la felicidad, un postulado publicado, en 1974, en un artículo llamado “Does Economic Growth Improve the Human Lot? Some Empirical Evidence”.
Aquí, el autor refleja que la gente con mayores ingresos (de cualquier país) puede afirmar que es más feliz. Pero esto es algo que se ha discutido bastante, por lo que no hay certezas. Y aunque se sabe que no todo es el dinero, es imprescindible tener las necesidades básicas cubiertas y a raíz de ello poder crecer en la vida.
El querer mejorar tiene que ver, indefectiblemente, con ir ascendiendo en la profesión, oficio o carrera. Y eso, trae aparejado un incremento en la cuenta bancaria. Claro está que nadie aconseja hacer todo por y para el dinero, el dinero es un bien para ahorrarlo, pero también para disfrutarlo.
Por último, para reflexionar, hay un estudio que ha reflejado que, con el mismo dinero, hay países latinos que son más felices que otros (de todo el mundo), como Brasil, México, Costa Rica, Venezuela y argentina; comportamiento que se denominó Bonus Latino. Esto deja en claro que la idiosincrasia, el cristal con que se mira, influye y mucho.
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